RESOLUCIONES DEL GRUPO DE PUEBLA 11/19



MANIFIESTO GRUPO DE PUEBLA
FUNDAMENTACIÓN

“Pero mi Patria ¿es acaso el barrio en que vivo, la casa
en que me alojo, la habitación en que duermo? ¿No tenemos más
bandera que la sombra del campanario? Yo conservo
fervorosamente el culto del país en que he nacido, pero mi patria
superior es el conjunto de ideas, de recuerdos, de costumbres, de
orientaciones y de esperanzas, que los hombres y mujeres del
mismo origen, nacidos de la misma revolución, articulan en el
mismo continente, con la ayuda de lenguas de una raíz común”
Manuel Ugarte, prócer argentino latinoamericanista autor del concepto de Patria
Grande

El Grupo de Puebla surge con el doble objetivo de pensar y articular. No busca suplantar ni
competir con otras instancias existentes. Su Norte es abrir espacio a la innovación, a la
imaginación, a las nuevas posibilidades que brinda el desarrollo vertiginoso de la ciencia,
la tecnología y la inteligencia artificial. Su objetivo es contribuir a transformar no solo las
estructuras materiales en que se asienta la dominación de los sectores populares sino
también las estructuras de pensamiento que incentivan el egoísmo y el individualismo. En
consecuencia, privilegiará siempre el “nosotros” por sobre el “yo”, lo solidario por sobre lo
individual.

El Grupo asume como propio el desafío constitutivo de los partidos populares,
la lucha por la igualdad social, pero asume al mismo tiempo la existencia de otros desafíos
trascendentales: la igualdad de género, la sustentabilidad ambiental y la profundización
de la democracia. Y no nos quedaremos en las puras palabras. Así, declaramos
formalmente que no basta con la retórica de la igualdad de género, que el feminismo no
puede ser solo un combate de mujeres. El gran desafío es que los hombres se vuelvan
feministas. Mediante respuestas innovadoras el Grupo buscará ampliar las fronteras
tradicionales de la izquierda para aportar a la construcción de una fuerza progresista
robusta capaz de enfrentar esos enormes desafíos.

El Grupo de Puebla surge en momentos marcados por una virulenta ofensiva
conservadora y las derrotas de las fuerzas progresistas, nacional populares, de izquierda,
socialistas y socialdemócratas en el mundo. Desde diversos puntos de nuestra geografía
gobiernos de corte neoliberal intentan retroceder el reloj de la historia y ensayan fórmulas
viejas y nuevas para preservar los privilegios de las élites económicas y financieras,
nacionales y foráneas frente al interés de las grandes mayorías populares. Vivimos sin
duda tiempos muy difíciles en los cuales se agravan las desigualdades, se pierden
derechos sociales, se debilitan las instituciones democráticas, se pone en cuestión la
subsistencia del planeta y se promueve desembozadamente la intervención militar
externa para resolver conflictos internos.

En su momento de mayor euforia las derechas se apresuraron en anunciar la derrota
definitiva del progresismo, denostado como populismo y el inicio de un nuevo ciclo de
corte neoliberal. Su proyecto consistía en afirmar, en democracia, una hegemonía
neoliberal en lo económico, autoritaria en lo político y conservadora en lo valórico. No lo
consiguieron.

El Grupo de Puebla se sustenta inicialmente en el encuentro de 30 líderes representativos
de 12 países. Se trata de hombres y mujeres que con un gran sentido de urgencia no se
resignan a la derrota y el aislamiento y reivindican la necesidad de una acción basada en
una reflexión lúcida y creativa sobre las tendencias de fondo que hoy día nos atraviesan.
Somos un Foro de personas libres que busca generar ideas y propuestas que alimenten la
construcción de fuerzas políticas capaces de sustentar procesos de transformación
profunda.

Nuestros pueblos han identificado con claridad al adversario principal, y desde el Rio
Bravo a la Patagonia, elevan sus voces para denunciar nuestra endémica desigualdad.
Nuestra región, rica en recursos naturales y capacidades humanas, no resiste más una
estructura social que concentra sus muchos frutos en un puñado estrecho de fortunas
mientras condena a la mayor parte de sus ciudadanos al esfuerzo cotidiano de la
sobrevivencia. Fortunas que, en la mayor parte de los casos, no derivan de la creatividad,
el trabajo duro, la innovación o el compromiso de prosperidad compartida con las
sociedades de donde extraen sus ganancias, si no de privilegios de cuna, clase y el abuso
corrupto del capitalismo de amigos, que se ha servido de la cooptación del aparato
público para fincar riqueza privada, vía privatizaciones ventajosas, bajos tributos,
exenciones selectivas, contratos públicos discrecionales y regulaciones preferentes.

FOTO DEL GRUPO DE PUEBLA


Nuestros países no resisten más patrones de producción y consumo que son social,
económica y medioambientalmente insostenibles. Tenemos que superar un extractivismo
rentista, insolidario con las generaciones presentes y futuras, omiso de política industrial
endógena, que, apuesta a una inserción global con la pobre oferta de mano de obra
barata, recursos naturales sin valor agregado y prescindencia de responsabilidad respecto
a las múltiples externalidades negativas.

Nuestras sociedades aspiran, legítimamente, a una provisión justa de bienes públicos de
calidad, de vocación universal y asentada en derechos. Aspiran, y ese es el esfuerzo que
buscamos materializar, a que la salud, la educación, la previsión y la seguridad, publica y
social, no sean bienes de consumo, sujetos a la oferta y la demanda, sino el piso común de
nuestra ciudadanía compartida. Aspiran a que sus empeños y sacrificios, a que su trabajo y
dedicación funden una sociedad justa, de trabaja, de derechos; una sociedad con
mercado, pero no una sociedad de mercado.

El Grupo de Puebla se siente parte de la larga marcha de nuestra América Latina por su
liberación. Soñamos con un continente integrado que haga posible el ejercicio de una

democracia reenergizada, de alta intensidad, que combine la representación con la
participación y el protagonismo popular. La democracia es inconcebible sin la celebración
periódica de elecciones libres y limpias, Pero no basta. No nos contentamos con una
democracia puramente electoral, que puede ser raquítica y sin capacidad de
transformación.

Queremos complementarla con amplias formas de participación popular.
Asimismo, postulamos un desarrollo económico dinámico, respetuoso del medio
ambiente y capaz de distribuir con justicia los frutos del crecimiento. Somos decididos
partidarios de abolir la pobreza y limitar la riqueza de los poderosos.
No partimos de una hoja en blanco. Somos herederos de luchas centenarias que
produjeron muchos héroes y mártires. En el período reciente, a finales del siglo pasado y
en los albores del presente muchas fuerzas progresistas alcanzaron por la vía democrática
el gobierno de sus respectivas naciones. Sus realizaciones son indiscutibles. Millones de
personas salieron de la pobreza, se redujo parcialmente la desigualdad histórica y
nuestras economías crecieron como nunca. Sectores históricamente marginados se
hicieron visibles y adquirieron protagonismo. La verdad sea dicha, considerados en su
conjunto esos gobiernos dieron vida a lo que en rigor se puede considerar la “década
dorada de América Latina”. Este proceso inédito de inclusión modificó la estructura social
de nuestros países haciendo emerger nuevos sectores medios portadores de demandas
cualitativamente distintas y más difíciles de satisfacer.
Las derrotas que sufrimos en el pasado reciente tienen como un factor explicativo
fundamental, justamente, la dificultad para responder a esas demandas que se asocian
mucho menos a faltas de coberturas cuantitativas y mucho más a la ausencia de servicios
de calidad en educación, salud, previsión o transporte. Se cometieron también errores y
es importante identificarlos con rigor y asumirlos con humildad y franqueza para no volver
a cometerlos.

Tuvimos a nuestro favor un gran auge en el precio de nuestras materias
primas. Es cierto, este permitió financiar como nunca antes en la historia grandes
trasferencias de rentas hacia los sectores populares mediante nuevos y ambiciosos
programas sociales. Pero eso no explica todo. En algunos casos, este aumento de las
materias primas no fue el factor principal de crecimiento económico. Lo fue mas bien, el
mercado interno dinamizado por la distribución de los ingresos. Los países de la región
que no adoptaron esas políticas progresistas pasaron por el ciclo de alza de las materias
primas sin reducir la desigualdad y sin enfrentar la pobreza.

Sin embargo, de manera general desaprovechamos la oportunidad para diversificar
nuestra base productiva, en otros, no dimos el salto tecnológico necesario y terminamos
reproduciendo nuestra especialización primario exportadora. Así cuando vino el ciclo de
baja de los precios de nuestros principales productos de exportación nuestras economías
acusaron el golpe y no pudieron asegurar la continuidad del proceso de inclusión social. En
muchos casos nos faltó fuerza, pero también voluntad política para acometer reformas
políticas de mayor calado que aportaran nuevas energías a nuestras democracias,
abriendo paso a formas innovativas de participación ciudadana que permitieran romper la
dependencia de fuerzas políticas menores expertas en el chantaje y las negociaciones

espurias. Fuimos también deficitarios en cuanto a construcción de fuerza política propia.
Si bien en algunos de nuestros países se han generado partidos y movimientos de una
fortaleza notable, en otros sus estructuras son débiles y mantienen pocos lazos con los
movimientos sociales. En algunos casos fallamos también en la promoción de nuevos
liderazgos susceptibles de asegurar la continuidad de los procesos de cambio que
impulsamos. En democracia la perdurabilidad de las conquistas sociales depende de
manera crucial de la calidad de las instituciones que las sustentan y de la fortaleza de las
fuerzas sociales que las han promovido.

En su ausencia, como lo hemos visto, estas
pueden ser cercenadas y más aún, facilitar las regresiones autoritarias. En el plano de la
siempre necesaria autocrítica debemos reconocer también que no fuimos siempre lo
impecables que debíamos ser en materia de probidad, naturalizamos prácticas que hoy
día con razón se rechazan y no combatimos con la intransigencia que correspondía los
focos de corrupción. Sin embargo, hubo avances significativos en la lucha contra la
corrupción en algunos países, en los cuales, anteriormente esas prácticas eran largamente
toleradas.

Pero, no somos ingenuos. En contra de los gobiernos progresistas se desató una ofensiva
de gran envergadura. Incapaces de enfrentarnos a cara descubierta en el espacio abierto
de la lucha social y política los defensores del status quo han ampliado y sofisticado su
caja de herramientas apelando a los recursos que pusieron a su disposición los poderes
fácticos. Así, recurrieron a los grandes medios de comunicación que se transformaron en
muchos casos en los principales bastiones de la Oposición. Desde allí desplegaron feroces
campañas de desprestigio y estimularon nuevas y muy sofisticadas formas de intervención
judicial, manipulando de manera obscena procedimientos legales. Se desató en muchos
casos, una autentica lawfare contra gobiernos y políticos progresistas utilizando el
imprescindible combate a la corrupción como mera excusa para ataques con motivación
ideológica. Mediante el uso faccioso de los medios de comunicación y la
instrumentalización política de la justicia pusieron en cuestión la integridad de nuestros
líderes para intimidarlos, silenciarlos y llegar incluso hasta su encarcelamiento como en el
caso del ex Pdte. Lula.

Enfrentamos un contexto mundial marcado muy especialmente por el intento de la
administración norteamericana de mantenerse como la potencia rectora del mundo. El
conjunto del sistema multilateral, avance civilizatorio de la post guerra, ha sido puesto en
cuestión. El fin de la guerra fría no abrió pasó a una época de paz; proliferan en la
actualidad nuevos tipos de guerras, ya no sólo militares, sino que también comerciales y
tecnológicas. Los progresos en la concertación para enfrentar el cambio climático están en
entredicho. El calentamiento de la tierra presagia un futuro sombrío para nuestros hijos.

En América Latina el gobierno norteamericano busca retroceder décadas atrás a la época
en que las divergencias políticas se resolvían por medio de intervenciones militares.
Si antes fue la guerra fría, hoy día es la disputa por la hegemonía global entre los EEUU, la
potencia en declinación, y China, la potencia emergente la que determina la dinámica de
los asuntos mundiales. No es por cierto la única disputa, pero si la preponderante. Frente

a esta situación, a nuestra América Latina sólo le cabe asumir una posición de no
alineamiento activo poniendo por delante los intereses de nuestros pueblos y haciendo
respetar de forma intransigente nuestra soberanía.
La integración entre nuestras naciones es un imperativo cada vez más urgente. Para no
terminar aplastados por la confrontación entre las superpotencias estamos obligados a
generar, entre nosotros, una dinámica endógena que nos permita integrarnos entre
nosotros y resistir la integración subordinada a las cadenas de valor construidas para
asegurar la primacía de las grandes potencias. Partimos para ello de un punto muy bajo.
Así como durante los gobiernos progresistas se dieron pasos fundamentales en materia de
concertación política no ocurrió lo mismo en el terreno de la integración productiva y
comercial. Por su parte los gobiernos de derecha se han dedicado, con cierto éxito, a
demoler las instituciones que habían sido creadas para fortalecer nuestros procesos de
integración. El desmantelamiento de UNASUR y el intento patético de reemplazarla por
una instancia fantasma como PROSUR es una demostración del retroceso que hemos
experimentado.

La actual amenaza al Mercosur constituiría otro gigantesco retroceso que
destruiría el corazón de la integración regional. Urge salir de la retórica grandilocuente, y
para relanzar de manera práctica la integración debemos imaginar nuevas formas más
participativas y menos burocráticas. En los asuntos globales, solo, cada uno de nuestros
países, incluso el más grande, no pesa nada.

De una vez por todas, el progresismo debe ser capaz de elaborar una propuesta
económica consistente. Reconozcámoslo: la economía es en general nuestro punto débil.
Aparecemos a menudo como una fuerza eficaz para repartir, pero menos buena para
crecer. Una fuerza con vocación de transformación profunda debe disponer de una sólida
estrategia económica. La cuestión clave es la de la matriz productiva y de la forma de
inserción en la economía mundial. No hay futuro en la mantención de una especialización
primario exportadora que nos relega a la condición de retaguardia en las grandes cadenas
de valor.

Las nuevas tecnologías ofrecen amplias posibilidades para potenciar el
crecimiento económico. El progresismo debe recurrir a ellas sorteando los peligros que
resultan del monopolio que sobre ellas ejercen grandes corporaciones que se
desentienden de los efectos adversos que pueden producir en cuanto a desempleo,
precarización, nueva desigualdades y conflictos éticos y morales. Una estructura
productiva dinámica, diversificada, basada en la agregación de valor y el trabajo calificado
es la única capaz de sustentar en el mediano y largo plazo el esfuerzo de ampliación
permanente de los derechos sociales.

Nuestra propuesta económica debe asumir
resueltamente la necesidad de avanzar hacia una política alternativa adscribiéndonos a las
corrientes mundiales de economía crítica que ponen el énfasis en la calidad del
crecimiento, la justa distribución de los ingresos, la prospectiva estratégica del desarrollo,
la innovación tecnológica, la sustentabilidad, la transparencia y sana competencia en los
mercados, la democratización del emprendimiento y la recuperación del rol del Estado
como garante principal del bien común.

Debemos hacernos cargo de los peligros que corren en la actualidad nuestras democracias
que tanto sacrificio costó recuperar. En la actualidad la mayoría de ellas languidece frente
a la mirada indiferente y a veces enfadada de la ciudadanía. El juicio crítico de la gente
tiene fundamento. En la gran mayoría de los casos las democracias no han estado a la
altura de las expectativas. Existe, y muchos estudios así lo demuestran, una frustración
democrática que se fundamenta en su dificultad para sacar adelante transformaciones
estructurales mayores que permitan responder a demandas sociales crecientes. Este es un
escenario propicio para las regresiones autoritarias que los sectores más reaccionarios de
las derechas sueñan con protagonizar.

Hay pruebas contundentes de que no se trata de
una simple amenaza acariciada por sectores minoritarios, nostálgicos de las anteriores
dictaduras. El peligro está a la vista. Tiene nombre y apellido.
Los partidos populares tienen que hacer de la defensa de la democracia un objetivo
central. No puede haber ambigüedades al respecto. Para ello es preciso insuflarle nuevas
energías al sistema. Estas no pueden sino provenir de la participación organizada e
informada del pueblo.

El reimpulso de la democracia pasa por reformas políticas de gran
calado. Se requieren mecanismos constitucionales que abran la participación política a la
ciudadanía. De allí deben surgir nuevas instituciones como la Iniciativa Popular de Ley que
le permite a los ciudadanos, si consiguen los, apoyos necesarios, exigir que el Parlamento
se pronuncie sobre una determinada materia. De esta forma es posible canalizar
positivamente energías que de forma se vuelcan hacia protestas que pueden terminar en
una violencia inconducente. Hay que señalar que el ejercicio vertical del poder es, en las
condiciones actuales, profundamente anacrónico. En la actualidad, las organizaciones
modernas más eficientes se basan crecientemente en la horizontalidad y el trabajo en
equipo.

Soplan en los últimos tiempos nuevos vientos. Grandes movilizaciones populares han
puesto en jaque a varios gobiernos conservadores obligándolos a recular. Allí donde se
creía que la hegemonía neoliberal había domesticado para siempre las conciencias se ha
producido un despertar que ha sorprendido al mundo. Mauricio Macri, una de las
adquisiciones recientes del neoliberalismo viene de sufrir una estrepitosa derrota en la
primera vuelta de las elecciones argentinas.

En condiciones extremadamente difíciles, le
corresponderá a Alberto Fernández asumir el desafío gigante de sacar a Argentina del
marasmo y la postración en el que la dejaron las fuerzas conservadoras. El Presidente
Fernández es hoy día portador de enormes esperanzas. Su éxito será también el nuestro.
Tanto como el éxito de Manuel López Obrador en México.

En este nuevo escenario que se va constituyendo y como lo acordamos en Puebla en la
reunión constitutiva del Grupo convocamos a todas las fuerzas progresistas de la región a
construir un nuevo proyecto común que, aprendiendo de nuestros errores y recuperando
nuestra vocación de gobierno, nos permita recuperar la ilusión de una sociedad más justa,
más solidaria y más igualitaria. Proponemos construir un programa de cambios acorde a
los nuevos tiempos y que convoque a todos los sectores de la sociedad, acompañando
muy de cerca los nuevos movimientos sociales que buscan la igualdad de los derechos de

las mujeres, la defensa de los derechos humanos, la protección del medio ambiente, la
inclusión social, el respeto de las minorías y una mayor transparencia y participación de la
ciudadanía en la toma de decisiones.

Para ello, las fuerzas progresistas impulsaremos un Plan de Acción, que siente las bases
para una región más justa, libre y solidaria, trabajando juntos para erradicar el hambre,
garantizando una alimentación nutritiva desde el nacimiento, base para el desarrollo
cognitivo e integral de las personas; educación y salud pública de calidad junto con el
acceso a una vivienda digna como pilares del desarrollo social; un sistema de seguridad
social que asegure condiciones justas y dignas, crecimiento económico con inclusión,
luchando contra la pobreza, la desigualdad, la precarización laboral y las nuevas formas de
explotación; desarrollo ambientalmente sostenible que asegure nuestra participación
activa en la lucha mundial contra el calentamiento planetario; la democratización del
acceso a la innovación y la tecnología, para que pequeñas y medianas empresas también
puedan participar en la nueva economía del conocimiento; seguridad y protección de la
ciudadanía, promoviendo la integración y la convivencia como base para la paz social, la
integración soberana al escenario mundial y a las cadenas de valor internacionales, y la
profundización radical de la experiencia democrática, entre otros objetivos para
emancipar a nuestros pueblos y a nuestros países.

Fuente: OSINT - Blog Geo Estrategia Blogspot

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